Cuarta carta
Hola papá,
Hoy me gustaría hablarte de Matthew. Hacía bastante que no sabía nada de él y ayer mismo me llegó una carta suya.
Es un viejo amigo que ganó un par de premios literarios – de poco prestigio y por relatos cortos – y decidió escribir una novela tras acabar sus estudios de literatura inglesa.
Le resultaba difícil escribir y trabajar. Servir mesas no le dejaba ni el tiempo ni la energía suficiente para encontrar la inspiración. Su madre, viuda desde hacía ya varios años, decidió ayudar a su único hijo con una pequeña asignación que le permitiera terminar su opera prima y empezar a ganarse la vida con su talento. Además no le gustaba que su niño trabajara de camarero. Era una bajeza y Matthew ni estaba acostumbrado al trabajo físico ni tendría porqué acostumbrarse nunca. Él no era un vulgar jornalero. Cuando su amiga Rose le comentó de pasada que Matthew le había servido el té no pudo evitar ponerse roja de la vergüenza. Sentía como el calor le subía por el cuerpo desde el estómago y su cara se incendiaba. Esa misma tarde llamó a su hijo para ofrecerle una asignación mensual con la condición de que dejara el trabajo de forma inmediata. Matthew, como no podía ser de otra manera, no puso ningún reparo y aceptó el trato sin rechistar. Estaba harto de servir mesas por un mísero sueldo que apenas le permitía pagar la habitación que alquilaba.
Una vez liberado del yugo salarial y ya con más tiempo para trabajar en su primera novela, las palabras, para su propia sorpresa, seguían sin acudir a su lujosa pluma, que también era un regalo de su generosa progenitora y mecenas.
Decidió entonces apartarse de la novela y escribir uno o dos relatos cortos para refrescar sus ideas, pero aun así su pluma seguía sin dejar trazos de valor literario y los días se desvanecían frente al televisor.
Su siguiente paso fue forzarse a salir del piso que compartía con Johnny, también camarero, y Xhian, una estudiante de diseño de Saint Martins, e imponerse una rutina para escribir un mínimo de tres horas diarias.
Fijó su base de operaciones en una cafetería que había abierto no hacía mucho cerca de la entrada de la estación de Waterloo. Se sentaba cada mañana en la mesa situada al lado de la cristalera que daba a la calle con un café italiano. El precio era abusivo, pero el ambiente era acogedor y esperaba encontrar allí la inspiración que en esos momentos le resultaba tan esquiva.
Cada mañana ve mendigar a Tom, le ve jugar con su perro, hacerle mimos y recibir el cariño quién probablemente es su único amigo. Pero Tom no ha despertado su lado creativo, ni tampoco lo ha hecho su perro. La inspiración dista mucho de la forzada absorción de realidad a la que Matthew se somete a sí mismo. Él la busca en lo discordante, lo atípico, lo que no encaja en el molde. Espera y espera con su pluma en la mano sin ser consciente de que todos aquellos que cada mañana desfilan ajenos a su atenta mirada tienen algo de literario esperando a ser descubierto. Al igual que la belleza está en el ojo del que mira, la relevancia de una vida digna de ser contada reside en la pluma de quien la escribe.
Y así pasan los días para Matthew, sumido en su castigo. Pues no hay castigo más grande que tener ansias de escribir cuando no se tiene nada que decir.
Es como mamá cuando viene a verme. Ella se esfuerza en contarme nuevos acontecimientos para hacer más ameno el tiempo que me dedica, pero los dos sabemos que sus días son una repetición constante del anterior la mayor parte del año, año tras año. Las fiestas y las vacaciones siempre ayudan a sacar la conversación de las aburridas convenciones, sin embargo no la hacen más interesante.
Me gustaría que vinieras a verme un día y te sentarás al lado de mi cama para contarme todo lo que has vivido desde que te fuiste. Si no te resulta demasiado violento mamá podría sentarse con nosotros y pasaríamos la tarde charlando. Eso sí que sería intersante.
Mamá acaba de entrar en mi cuarto y está particularmente contenta. Imagino que habrá estado bebiendo y se habrá pasado un poco, como viene siendo habitual desde hace unos meses. Se ha sentado y parece que tiene intención de quedarse. También parece que ha estado en la peluquería. Espero que tenga algo entretenido que contarme, pero lo dudo.
Te escribiré pronto. Te echo de menos.
Eliah